La evoluci n humana, comenz un proceso plagado de saltos discretos, impulsados inevitablemente hacia adelante, con el objetivo prioritario de conservar la supervivencia; un logro irrenunciable para cualquier especie animal, de cuya familia gen rica, el homo sapiens comenz a distanciarse, condicionado decisivamente por los cambios f sicos, producidos en su entorno inmediato. En el devenir continuado del camino, adquiri una estructura funcional nica que cambi dr sticamente, el dibujo de su panorama futuro. El neurocerebro posibilit la capacidad de proyectar distintos escenarios, sin la necesidad de experimentaci n directa. La totalidad de los cambios y progresos evolutivos, han quedado registrados fielmente en sus mol culas, definiendo un portentoso y perfeccionado c digo reproductivo, dotado progresivamente de mayor perfecci n, a la vez que de rasgos imperfectos. El c digo gen tico, centra en la actualidad uno de los focos de atenci n de la investigaci n cient fica puntera. Una vez superada la etapa oscura definida por las claves metaf sicas del conocimiento m gico, la formaci n de las primeras civilizaciones, actuaron como detonante de la inquietud acerca del significado de la realidad inmediata, e ntimamente ligado a sto, del significado de la propia existencia. Se inici en este punto, una b squeda de respuestas, apoyadas en el uso de la capacidad racional. El conjunto de instintos compartidos con las especies hermanas, form la base del conocimiento humano, deline ndose de esta manera, un umbral de deseos con distinto umbral de coherencia y posibilidad; entre las querencias ancestrales m s profundas, se atisba la perturbadora presencia del sentimiento animal de supervivencia, metamorfoseada en el sentimiento de trascendencia, concretado en la conquista de la quimera de la inmortalidad, o cuanto menos de la prolongaci n m xima de la existencia. La promesa de la vida eterna, anteriormente monopolizada por la metaf sica religiosa, coincide en la actualidad con la oferta de corporaciones comerciales, orientadas a la explotaci n econ mica de las posibilidades aplicadas de la tecnociencia. La permanencia generalizada de las primigenias ansias y necesidades humanas, han posibilitado las renovaci n de escenarios propios de un nuevo fervor religioso. Entre los efectos incisivos del reci n creado tecnomito, surge el papel cismogen tico causado por los profundos y numerosos cambios rechazados de modo autom tico, por el numeroso segmento conservador de la sociedad actual. La modificaci n en la ptica de un nuevo futuro nuevo el stico y posibilista, ha construido una realidad poli drica y cambiante, de connotaciones fr giles e inconsistentes. La digitalizaci n global, impondr un primer horizonte de generalizaci n de las tecnolog as innovadoras que afectar directamente al individuo y a su entorno vivencial inmediato, construyendo las ciudades del futuro. El efecto de irradiaci n de la poderosa pr ctica tecnocient fica, permeabiliza tanto creencias, como actitudes y proyectos. Incluso notables instituciones de prestigio cient fico, destinan recursos de todo tipo con el objetivo de encontrar una nueva gu a, esta vez de origen extraterrestre que marque las directrices de su inequ voco camino hacia la seguridad del futuro, renunciando a la asunci n de la responsabilidad civilizatoria propia e intransferible (cap tulo XI). Otro de los amplios grupos sociales, perfectamente delineados y distinguibles socialmente, los progresistas y avanzados, contemplan la inminente posibilidad de exploraci n y conquista de nuevos planetas, evitando paralelamente, los crecientes riesgos derivados de un planeta herido y agredido por la mentalidad extractiva imperante en el sistema econ mico capitalista, lanzando una inca sable b squeda de nuevos h bitats estelares. El constante deseo de mejora y el logro de la utop a, por lejana que se dibuje en el horizonte, empujar a aquellos individuo